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lunes, 31 de diciembre de 2018

2479. SEVILLA** (DCCCXCIV), capital: 4 de diciembre de 2017.

6198. SEVILLA, capital. Iñaki de "Allí Aabajo" rodando una escena.
6199. SEVILLA, capital. Una de las escenas de "Allí Abajo" ante la cap. de los Marineros.
6200. SEVILLA, capital. Otra visión de la cap. de los Marineros, para la televsión.
SEVILLA** (DCCCXCIV), capital de la provincia y de la comunidad: 4 de diciembre de 2017.
   Mostramos imágenes del rodaje de una escena de la serie de televisión "Allí Abajo" de A3media, en la calle Pureza, ante la capilla de los Marineros, y en la que vemos al actor Jon Plazaola, que en la serie da vida a Iñaki Irazabalbeitia.

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domingo, 30 de diciembre de 2018

2478. SEVILLA** (DCCCXCIII), capital: 2 de diciembre de 2017.

6196. SEVILLA, capital. El Belén de la orden de San Juan de Dios.
6197. SEVILLA, capital. Otra perspectiva del Belén montado en la igl. del antiguo hospital de Ntra. Sra. de la Paz.
SEVILLA** (DCCCXCIII), capital de la provincia y de la comunidad: 2 de diciembre de 2017.
   Mostramos imágenes del Belén montado por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en la iglesia del antiguo hospital de Nuestra Señora de la Paz, en la plaza del Salvador, y que representaba en esta ocasión una iglesia con guiños al año de Murillo.

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sábado, 29 de diciembre de 2018

2477. SEVILLA** (DCCCXCII), capital: 2 de diciembre de 2017.

6186. SEVILLA, capital. Portada de la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6187. SEVILLA, capital. Interior de la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6188. SEVILLA, capital. Retablo mayor de la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6189. SEVILLA, capital. Retablo de la Inmaculada en la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6190. SEVILLA, capital. Retablo de Sta. Clara de Asís, en la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6191. SEVILLA, capital. Retablo de San Fco. de Asís y Ecce-Homo en la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6192. SEVILLA, capital. Retablo de la Virgen del Rosario, en la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6193. SEVILLA, capital. Coro de la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6194. SEVILLA, capital. Cuerpo incorrupto de dª Mª Coronel en el coro de la igl. del cvto. de Sta. Inés.
6195. SEVILLA, capital. Reliquias de las Once Mil Vírgenes en la igl. del cvto. de Sta. Inés.
SEVILLA** (DCCCXCII), capital de la provincia y de la comunidad: 2 de diciembre de 2017.
Iglesia del Convento de Santa Inés
calle Doña María Coronel
   "La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de sus dueñas, vienieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio". Así ambientaba Bécquer la misa del Gallo en Santa Inés, una hermosa iglesia conventual cargada además con la leyenda de Maese Pérez, la dramática historia de María Coronel y los aromas a bollitos y pestiños del torno que se abre al compás del convento. Un lugar con leyenda y con historia. Un convento de clarisas que fundó María Coronel, viuda de Juan de la Cerda, muerto por orden del rey Pedro I, Cruel o Justiciero, que hay sus opiniones, durante su reinado (1350-69). Tras la muerte de su marido, y para huir del acoso del monarca, María Coronel se refugió en la desaparecida ermita de San Blas, en la zona de la calle Feria, profesando posteriormente como monja del convento de Santa Clara donde se desfiguró el rostro con aceite hirviendo para que el monarca desistiera de su empeño. Tras la muerte del rey don Pedro en 1369, y la llegada al trono de Enrique de Trastamara, la familia Fernández Coronel recuperó sus posesiones y doña María consiguió su propósito de fundar un convento de la orden de Santa Clara en unos terrenos pertenecientes a la familia de la noble sevillana. Corría el año 1374. Allí descansaría de su ajetreada vida y allí se conservaría su rostro quemado y su cuerpo incorrupto, visible cada año en la apertura de su urna el día 2 de diciembre.
   La iglesia actual, precedida por el compás abierto hacia la calle con el nombre de la fundadora, se levanta hacia el año 1400, aunque presenta importantes modificaciones realizadas en el primer tercio del siglo XVII. Su acceso principal, abierto hacia el compás del convento, es de un sencillo esquema adintelado, con frontón recto y partido, ático con el relieve de un cordero (alusión al nombre latino de Santa Inés) y pináculos de forma piramidal. Es obra manierista de los primeros años del siglo XVII, que ha recuperado en la última restauración parte de su policromía en tonos albero y almagra. Traspasado su umbral, la iglesia nos muestra sus planta rectangular, con tres naves separadas por pilares cruciformes, con presbiterio rectangular y enrejado coro a los pies. Las bóvedas son ojivales, de cantería, teniendo las laterales un espinazo en su parte central. Hacia 1630 la intervención de Francisco de Herrera barroquizó levemente la estructura gótica, al añadir un monumental escudo de la Orden, diversas pinturas al fresco y yeserías con motivos de querubines y de ángeles atlantes.
   El barroco retablo mayor fue realizado entre 1719-1748 por José Fernando y Francisco José de Medinilla, renovadores de otros retablos conventuales de la ciudad como el de Santa Paula. La imagen titular de Santa Inés, con el atributo iconográfico del cordero en la mano, fue realizado por Francisco de Ocampo en 1630, perteneciendo al anterior retablo mayor. De ese mismo retablo son las otras esculturas: San Juan Bautista, San Juan Evangelista y San Antonio de Padua, obras todas de Juan Remesal, con la misma cronología. La escultura de San Pascual Bailón, el franciscano que llegó a abrir los ojos en el momento de la consagración de su funeral, es obra posterior. Todo el conjunto se estructura mediante abigarrados estípites como elemento de soporte, hojarascas y recargada decoración vegetal, en un retablo que se adapta a la tripartición que impone la cabecera poligonal de la iglesia. Del estilo de Remesal también son las dos imágenes de la Inmaculada y de Santa Clara, la fundadora de la Orden, que se sitúan en los dos pilares del segundo tramo de la nave central. Probablemente fueron tallas originales del primitivo retablo de 1630 sustituido en el siglo XVIII.
   En la nave izquierda, en un retablo sin interés del siglo XIX, se sitúa la imagen de un peculiar santo, San Expédito, el santo más rápido del santoral, el legionario romano que porta una pequeña cruz con la inscripción hodie (hoy) frente al pisoteado cuervo que grita cras, cras (mañana). Ya se sabe, el santo que no deja las cosas para otro día ... En la cabecera de la misma nave está un retablo del siglo XIX con elementos del XVII (ángeles del remate). El Ecce Homo del banco es del siglo XVIII. Preside el conjunto una imagen de San Francisco, el fundador de la orden masculina, obra de Juan Remesal también procedente del antiguo retablo mayor.
   En la cabecera del muro derecho destaca el interesante retablo de la Virgen del Rosario (talla del siglo XVIII) rodeada de unas pinturas flamencas del primer tercio del siglo XVI, con diferentes santos y escenas de la vida de la Virgen (son identificables las figuras de San Blas, San Pedro, la degollación del Bautista, San Sebastián, la misa de San Gregorio y diversas escenas de la vida de la Virgen). A continuación, en un retablo sin interés del siglo XIX, está colocada la talla de San Blas notable obra de Juan de Mesa (1617), a pesar de su poco acertada policromía posterior. Vestido de obispo, con el signo de su martirio en el cuello, es protector de las enfermedades de garganta con gran devoción en el convento, que reparte los típicos cordones del santo en su festividad (3 de febrero). Un último altar en este muro presenta piezas de acarreo: pinturas del siglo XVI y tallas del siglo XVIII.
   Sobre la reja del coro hay un retablo de María Coronel realizado por Joaquín Domínguez Bécquer en 1856. Desde esa reja se puede contemplar el órgano de Maese Pérez, la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Es una pieza que fue realizada entre el final del siglo XVII y el principio del XVIII, estando colocado frente a la urna que guarda los restos incorruptos de la fundadora, María Coronel. Una última reliquia guarda la iglesia. En una dorada urna en la zona del presbiterio se hace alusión a los restos de una de las once mil vírgenes que acompañaron a Santa Úrsula en su martirio, una deformada historia transformada en leyenda que llegó hasta el monasterio de Santa Inés. El alma de Maese Pérez no puede quejarse de soledad.
Textos de:
ARJONA, Rafael: Guía Total: Andalucía. Ed. Anaya. Madrid, 2005.
ARJONA, Rafael y WALLS, Lola: Guía Total: Sevilla. Ed. Anaya. Madrid, 2007.
MORALES, Alfredo J.; SANZ, María Jesús; SERRERA, Juan Miguel y VALDIVIESO, Enrique: Guía artística de Sevilla y su provincia [I]. Fundación José Manuel Lara y Diputación provincial de Sevilla. Sevilla, 2004.
ROLDÁN, Manuel Jesús: Iglesias de Sevilla. Almuzara. Sevilla, 2010.

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viernes, 28 de diciembre de 2018

2476. SEVILLA** (DCCCXCI), capital: 21 de noviembre de 2017.

6176. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de Setefilla, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6177. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de Écija, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6178. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de La Lantejuela, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6179. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de Carmona, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6180. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de El Coronil, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6181. SEVILLA, capital. Estela decorada, procedente de Almadén de la Plata, en la sala IV del Museo Arqueológico.
6182. SEVILLA, capital. Piezas de la vitrina 13 en la sala IV del Museo Arqueológico.
6183. SEVILLA, capital. Otras piezas de la vitrina 13 en la sala IV del Museo Arqueológico.
6184. SEVILLA, capital. Más piezas de la vitrina 13 en la sala IV del Museo Arqueológico.
6185. SEVILLA, capital. Piezas que completan la vitrina 13 de la sala IV del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (DCCCXCI), capital de la provincia y de la comunidad: 21 de noviembre de 2017.
Museo arqueológico* - sala IV
LA EDAD DEL BRONCE FINAL (1.100 - 800 a.C)
   Nos introducimos en esta sala en los momentos finales de la Edad del Bronce y los iniciales de la del Hierro, el nuevo metal que irá reservando a aquél para los objetos más finos, rituales y de adorno, aguamaniles, jarros, asadores, fíbulas, brazaletes, broches de cinturón, mientras que las armas y los útiles de trabajo comienzan a hacerse de hierro, metal más duro, pero más difícil de trabajar, por lo que su introducción será muy lenta y tardará en generalizarse, como lo prueba la presencia de los cinceles de bronce de la vitrina.
   Podemos pensar que el hierro viene de la mano de los pueblos que siguen llegando, y ahora con más intensidad, del Mediterráneo Oriental y que se acercan hasta nosotros en busca precisamente de metales, que adquieren en bruto, en forma de panes o lingotes, a los indígenas del Mediodía Peninsular, a cambio en un principio seguramente de baratijas y objetos perecederos, de los que nada se ha conservado, aunque tenemos una fecha absoluta transmitida por las fuentes más antiguas que fijan la fundación de Cádiz hacia el año 1.100 a.C. Y a partir de esa fecha podemos ir fijando la actividad de los colonizadores, de la que ya tenemos en las estelas de piedra que se muestran en esta sala algunos testimonios.
   Estas estelas se han interpretado habitualmente como representaciones de carácter funerario en honor de un difunto, por lo general un guerrero, al que pertenecería la silueta que aparece grabada en ella, siempre de forma esquemática, con trazos muy simples, junto a las armas, adornos y objetos de su indumentaria personal.
   Como no se han encontrado nunca, sin embargo, sobre tumbas, sino en lugares estratégicos o de paso, algunos piensan en la actualidad que podrían haber servido más bien para señalar caminos, en las rutas de trashumancia, o como hitos o mojones para delimitar propiedades o zonas de dominio.
   Entre los objetos de mayor interés grabados en ellas debemos indicar la representación, en el ejemplar de Carmona, de un carro de origen mediterráneo, de dos ruedas y asideros para subir por detrás, con animales uncidos a un largo timón, que lo mismo puede tratarse de un carro de guerra que de uno funerario, pues para ambas funciones se empleaban, como se refleja en La Ilíada, escrita por aquellos tiempos, en la que Néstor se ofrece al principio de la guerra "a acompañar a los que combaten en carros" (IV, 317 ss.), que con frecuencia son dos, uno para guiarlo y otro para pelear (V, 228), aunque en alguna ocasión se apean de los carros para sostener un encuentro personal a pie (XI, 84 ss.).
   Eran los carros, sin duda, objetos valiosos, dignos de concederse incluso como premio en situaciones extraordinarias, como vemos que propone Héctor en otro pasaje de la misma obra: "¿Quién, por un gran premio, se ofrecerá a llevar a cabo la empresa que voy a decir? La recompensa será proporcionada. Daré un carro y dos corceles de erguido cuello, los mejores que haya en las veleras naves aqueas, al que tenga la osadía de acercarse a las naves de ligero andar ... y averigüe si éstas están guardadas todavía .." (X, 299).
   Más frecuente es la representación en las estalas de lanzas, escudos, arcos, espadas, peines, cascos y otros abjetos, todos de bronce, de algunos de los cuales podemos ver ejemplares reales en la vitrina 13. Junto a ellos, un rico conjunto de hachas de diversos tamaños y tipos, y un molde de los que se utilizaban para la fundición de todos estos objetos, muchos de los cuales no tienen su origen en el Mediterráneo sino en el Atlántico, como una continuación de los contactos e intercambios culturales con las gentes del Norte de Europa que ya se obervaban e la Cultura Campaniforme. Se abre de esta manera ante nuestros ojos la perspectiva de un periodo complejo, caracterizado por la presencia de materiales indígenas con influencias procedentes tanto del área del Atlántico, como del Mediterráneo Oriental, las cuales nos permiten fechas con seguridad a estas estelas en las últimas etapas de la Edad del Bronce e inicios de la del Hierro, entre el cambio de milenio y el 600 a.C. aproximadamente, coincidiendo con la llegada de los primeros colonizadores históricos.
   En el panel lateral de la vitrina se muestra una selección de los diversos tipos de espadas que se utilizan en estos momentos, aunque más que como armas para guerrear debemos considerarlas como elementos para lucir, como símbolos de poder, como parte del atuendo solemne de quienes ejercieran la autoridad. Los rasgos diferenciadores de estas armas, siempre fundidas en bronce y luego batidas para eliminar las burbujas, son la forma de la hoja y la de la empuñadura. Aquella puede tener bordes rectos, paralelos, tipo de "lengua de carpa", o ligeramente "pistiloforme", ensanchándose hacia la parte inferior. Las empuñaduras tienen perfil en U o V, invertidas, y en ocasiones presentan oquedades en su base, que nunca habrían tenido de tratarse de un arma para combatir.
   Similares a las espadas, aunque más escasos, eran los puñales. Y muy raros los posibles asadores biapuntados, con doble vástago, como el que se presenta en el panel, hallado en el lecho de un pequeño río del término de Herrera, lo cual no resulta insólito, pues es curioso constatar que ninguno de todos estos materiales de bronce ha sido hallado, como es habitual, en lugares de habitación o enterramiento, sino en diversos cauces de agua, lo que ha llevado a pensar que pudiera tratarse de la manifestación de un nuevo ritual funerario.
   Como símbolo de la llegada desde el otro lado del Mediterráneo de esos nuevos pueblos con sus propias costumbres y rituales, presentamos en el centro de la vitrina una gran vasija de bronce en forma de jarro, con alta asa volada. Se trata de una vasija ritual similar a otras halladas en el santuario de Cancho Roano (Badajoz), utilizada posiblemente en banquetes y ceremonias rituales en cuyo desarrollo tendría lugar la degustación de vino y el consumo de carne, para lo que se utilizarían los largos asadores que se muestran al pie del jarro, los cuales tienen una larga perduración, pues alcanzan en algunos lugares hasta finales del s. V a.C., ya en plena Edad del Hierro.
   A la vista de todos estos elementos uno no puede menos de traer a la memoria otros textos contemporáneos de La Ilíada, en los que se hace expresa mención de todos ellos y de las fiestas en que se utilizaban.
   Así, Ulises y Diomedes, para agradecer a Minerva su ayuda en una aventura en la que han conseguido dar muerte a algunos espías y coger diversos caballos del enemigo, "entraron en el mar y se lavaron el abundante sudor ... Cuando las olas les hubieron limpiado el sudor del cuerpo y recreado el corazón, metiéronse en pulimentadas pilas y se bañaron. Lavados ya y ungidos con craso aceite, sentáronse a la mesa; y sacando de una crátera vino dulce como la miel, lo libaron en honor de Minerva" (X, 564 ss.).
   Las referencias a las armas, hachas, espadas, arcos, escudos y lanzas son muy numerosas y variadas, y nos da de ellas en ocasiones detalles curiosos que nos ayudan a comprender el modo cómo eran o se usaban. De las lanzas dice Néstor que las blandirán los jóvenes, ya que son más vigorosos y pueden confiar más en sus fuerzas (IV, 325); de los escudos que están hechos con varias pieles de buey, el de Ayax tiene hasta siete, cubiertas de una lámina de bronce (VII, 223 ss.); de las hachas que servían con el afilado bronce para cortar encinas de alta copa (XXIII, 108 ss.); de las lanzas que son de fresno (VI, 450); de las voladoras que son eficaces, aunque menosprecia a los "argivos, que sólo con el arco sabéis combatir, hombres vituperables" (IV, 234), pues rehuían el combate cuerpo a cuerpo. Había también de la espada que "el rey colgó del hombro" cuando salía a combatir (XI, 13 ss.).
     En ejemplares del tipo de los de la vitrina podemos pensar para rehacer la historia.
   La llegada de los nuevos colonizadores que, tras fundar Cádiz hacia el 1.100 a.C., cruzan el llamado Mar Tartésico y se adentran por las bocas del Guadalquivir, situadas entonces a la altura de Coria, la antigua Caura , provoca que los indígenas que ocupaban los terrenos del interior dedicados a tareas fundamentalmente agrícolas y ganaderas, se vayan acercando al río, a cuyas orillas comienzan a surgir pequeños núcleos de población en los que las influencias de quienes van llegano son cada vez más evidentes, como podemos ver en la sala monográfica dedicada al Carambolo y las siguientes.
   Simultáneamente con la llegada de estos pueblos orientales por vía marítima, tiene lugar por el Norte, atravesando los Pirineos, la llegada de estos pueblos orientales por vía marítima, tiene lugar por el Norte, atravesando los Pirineos, la llegada de pueblos continentales, centroeuropeos, de origen céltico, cuyas influencias, aunque más aisladas, también se dejan sentir en nuestra tierra, como lo evidencian los dos brazaletes que se muestran en la vitrina, los cuales son más propios de las culturas típicas de la Meseta de Castilla en esta época de finales de la Edad del Bronce - principios de la Edad del Hierro, sobre todo el ejemplar con colgantes amorcillados.

   También hay que reseñar que en esta sala IV estuvo hasta hace pocas fechas la estela hallada en Burguillos y que actualmente se encuentra en los almacenes del Museo.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

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jueves, 27 de diciembre de 2018

2475. SEVILLA** (DCCCXC), capital: 21 de noviembre de 2017.

6155. SEVILLA, capital. Objetos del Tholos del Cerro de la Cabeza, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 9 de la sala III del Museo Arqueológico.
6156. SEVILLA, capital. Más objetos del Tholos del Cerro de la Cabeza, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 9 de la sala III del Museo Arqueológico.
6157. SEVILLA, capital. Objetos del Dolmen de Matarrubilla, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 9 de la sala III del Museo Arqueológico.
6158. SEVILLA, capital. Más objetos del Dolmen de Matarrubilla, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 9 de la sala III del Museo Arqueológico.
6159. SEVILLA, capital. Núcleos de sílex, procedentes de Valencina de la Concepción, en la sala III del Museo Arqueológico.
6160. SEVILLA, capital. Objetos del Dolmen de La Pastora, de Valencina de la Concepción, de la sala III del Museo Arqueológico.
6161. SEVILLA, capital. Maqueta del Dolmen de La Pastora, de Valencina de la Concepción, de la sala III del Museo Arqueológico.
6162. SEVILLA, capital. Otra perspectiva de la maqueta del Dolmen de La Pastora, de Valencina de la Concepción, en la sala III del Museo Arqueológico.
6163. SEVILLA, capital. Objetos procedentes de El Roquetito, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 10 de la sala III del Museo Arqueológico.
6164. SEVILLA, capital. Más objetos procedentes de El Roquetito, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 10 de la sala III del Museo Arqueológico.
6165. SEVILLA, capital. Continuación de los objetos procedentes de El Roquetito, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 10 de la sala III del Museo Arqueológico. 
6166. SEVILLA, capital. Últimos objetos procedentes de El Roquetito, de Valencina de la Concepción, en la vitrina 10 de la sala III del Museo Arqueológico.
6167.  SEVILLA, capital. Ídolos-placa, en la sala III del Museo Arqueológico.
6168.  SEVILLA, capital. Más Objetos procedentes de Los Algarbes, de Tarifa, Cádiz, en la vitrina 11 de la sala III del Museo Arqueológico.
6169.  SEVILLA, capital. Más objetos procedentes de Los Algarbes, de Tarifa, Cádiz, en la vitrina 11 de la sala III del Museo Arqueológico.
6170.  SEVILLA, capital. Últimos objetos procedentes de El Roquetito, de Tarifa, Cádiz, en la vitrina 11 de la sala III del Museo Arqueológico.
6171.  SEVILLA, capital. Objetos de la cultura campaniforme, en la vitrina 12 de la sala III del Museo Arqueológico.
6172. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina 12 de la sala III del Museo Arqueológico.
6173. SEVILLA, capital. Más objetos de la vitrina 12, en la sala III del Museo Arqueológico.
6174. SEVILLA, capital. Otros objetos de la vitrina 12, en la sala III del Museo Arqueológico.
6175. SEVILLA, capital. Final de la vitrina 12, en la sala III del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (DCCCXC), capital de la provincia y de la comunidad: 21 de noviembre de 2017.
Museo Arqueológico* - Sala III.
LA EDAD DEL COBRE (3.000 - 2.000 a.C.)
MUNDO FUNERARIO
   Continúa en esta sala la exposición de materiales de la Edad del Cobre, completados en la última vitrina con los de la Plena Edad del Bronce.
   Los de la Edad del Cobre están dedicados a mostrar los ajuares funerarios de las tumbas colectivas o en cuevas de enterramiento, que todavía se siguen utilizando en esta época, a juzgar por la semejanza de los ajuares recogidos en unas y otras, indicativos en cualquier caso de la fuerza que en aquella sociedad tenían las entidades suprafamiliares.
   Típicos de Valencina de la Concepción son los grandes monumentos funerarios tipo tholos semiexcavados en el terreno y cubiertos con túmulos de tierra que los hacen pasar desapercibidos en el paisaje suavemente ondulado del borde de El Aljarafe.
   En la primera vitrina, la 9, se muestran los hallados en el tholos del Cerro de la Cabeza, monumento destruido en el transcurso de unas obras, pero en el que aún pudo excavarse una pequeña parte de la cámara funeraria, en la que se hallaron, como materiales de mayor interés, un par de platos de borde engrosado decorados con motivos de retícula o ajedrezado bruñidos, técnica que aparece ahora por primera vez. Les acompañaban otros vasos de cerámica más vulgar y, fuera de la cámara, como una posible ofrenda de fundación en el momento de levantar el monumento, un vaso tetrápodo que hemos de considerar ritual.
   Al otro lado de la vitrina, los ajuares del llamado Dolmen de Matarrubilla, uno de los monumentos de Valencina, hoy visitable, más conocido, por la enorme pila o mesa de ofrendas, de piedra, monolítica, que llena casi por completo la pequeña cámara funeraria que se abre al final de un corredor de más de 30 m., como se muestra en la planta del monumento que aparece en el centro de la vitrina con la indicación del lugar de los hallazgos, entre los que destacan diversas piezas de marfil y un vaso de piedra caliza, testimonio, sobre todo el fragmento de sandalia, de la existencia de relaciones con los pueblos del Mediterráneo Oriental. Debajo, una espléndida hacha de piedra, serpentina, que puede contarse, por su perfecta factura, entre los ejemplares más logrados de todos los conocidos hasta ahora. Completan los ajuares de este tholos diversos collares reconstruidos con los centenares de cuentas de collar, de hueso, concha y caracolillos, encontradas en las excavaciones, y un fragmento de un colmillo de elefante que pudo ser utilizado como materia prima para realizar objetos de adorno.
   La vitrina 10, separada de la anterior por un conjunto de núcleos de sílex de color gris, hallados durante las excavaciones, muestra en su centro los ajuares de otro de los monumentos más conocidos de Valencina, el de La Pastora, cercano al anterior y también visitable. De él se ofrece una maqueta a la entrada a la Sala, con su largo corredor de casi 40 m., dividido en sectores por medio de puertas sugeridas, y cubierto con grandes losas, una de las cuales, gigantesca, cubre también la cámara funeraria, levantada ésta con muros de mampostería que tienden a formar una falsa cúpula.
   Como objetos de mayor interés se muestra un conjunto de puntas de flecha de bronce de largo pedicelo, cuyo origen se ha puesto también en el Mediterráneo Oriental, las cuales no se hallaban en el interior de la cámara, sino escondidas en un lugar inmediato al monumento.
   A los ajuares funerarios de un enterramiento colectivo localizado en el lugar denominado El Roquetito, pero ya no en un monumento tipo tholos, sino en una simple cámara excavada en el terreno, tal como puede observarse en la fotografía, pertenecen los materiales que se exponen a un lado de la vitrina. Son diversos vasos de cerámica a mano, sobre todo cuencos, un pequeño vaso de piedra y diversas espátulas de hueso. Con ellos, y como testimonio de que ya nos hallamos en un momento avanzado de la Edad del Cobre, diversos objetos de este metal, más numerosos de lo que suele ser habitual en los tholoi, un punzón completo, con su mango de hueso, diversas agujas, punzones y paletas, una hoz-sierra de gran tamaño, un hacha que conserva adheridos algunos restos de tejido mineralizados, y un pequeño puñal. Completan el ajuar diversos pequeños objetos de hueso, con tendencia a la forma antropomorfa, más o menos esquemática, que han sido considerados como idolillos, y unas grandes láminas de sílex.
   A otro lado de la vitrina los ajuares encontrados en la Cueva de la Mora (Jabugo, Huelva), una cueva a la que ya nos hemos referido al hablar del Neolítico, en la vitrina 5, por haber sido utilizada ya en esta época, según manifiestan algunos de los fragmentos de cerámica recogidos en ella, en sus niveles inferiores. Mostramos ahora los pertenecientes a este momento de la Edad de los Metales, con un fragmento de crisol a cuyas paredes se ha adherido una pequeña gota de metal como elemento más significativo a efectos cronológicos y culturales.
   La cueva había servido como lugar de habitación y de enterramiento a un numeroso grupo de personas, todas ellas inhumadas directamente en la tierra, en posición fetal, excepto una, para la que se había dispuesto un sepulcro de piedra. Entre los restos humanos hallados destaca el cráneo de una persona joven en cuya bóveda se había realizado una extensa trepanación de forma elipsoidal, quizá de carácter ritual, aunque nada puede asegurarse, por lo que el cráneo se muestra en la vitrina de la última sala de esta planta, junto a otros huesos humanos de distintas épocas en los que se han observado patologías o anomalías de cualquier tipo.
   La nota esencial de sus cerámicas es el pequeño tamaño de sus vasos, que ha hecho pensar en ocasiones que pudiera tratarse de vasos-juguete, lo que debe desecharse más bien como vasos de finalidad ritual, quizá como portadores de luz, llenos de grasa animal, aunque no se observan señales de fuego en sus paredes. Algunos presentan mamelones perforados, preparados para tenerlos colgados de algún sitio, un simple palo clavado en la pared. Otros ofrecen sencillos motivos decorativos, a base de reticulados incisos, o de incisiones en forma de espiga, o con acanaladuras que parecen envolver el vaso, de manera similar a como se envolverían los vasos de origen vegetal para colgarlos. Muy curioso es el bruñidor de cerámica, adaptado para coger con los dedos, del que no conocemos paralelos. Y rara es también en nuestro suelo la vasija ovoide que se expone a su lado.
   Faltan elementos de metal, aunque tengamos el crisol al que ya nos hemos referido, pero sí tenemos objetos de piedra, un hacha y un martillo preparados para se enmangados, un pulidor, quizá de fibras de lino o esparto, y diversas hojas y un curioso puñal o alabarda de sílex magníficamente trabajado por las dos caras a base de finísimos retoques que cubren toda la pieza. De hueso, sólo un botón plano, que tenemos que colocar en una época más tardía, quizá ya en época ibérica, junto a la loseta decorada con una espiga incisa.
   Completa el ajuar de esta cueva un rico conjunto de ídolos placa de pizarra, similares a los encontrados en Valencina de la Concepción, la Cueva de La Sima y otros yacimientos de esta época, en la que eventualmente se siguen utilizando las cuevas, tanto como lugares de habitación como de enterramiento.
   A otra necrópolis de la Edad del Cobre, la de Los Algarbes, de Tarifa, en la provincia de Cádiz, pertenecen los materiales que se exponen en la vitrina 11. Está constituida aquélla por una serie de cámaras, once, excavadas en la roca, a las que se llega a través de corredores con acceso por medio de pozos o rampas laterales, que contienen un conjunto de enterramientos colectivos poco numerosos.
   Sus ajuares, más toscos que los de Valencina, presentan en algún caso un notable interés. Entre las cerámicas destaca la gran urna lenticular, de boca pequeña, que ocupa el centro de la vitrina, por ofrecer sus paredes pintadas en color rojo oscuro sobre el más claro de la cerámica. Un motivo similar al que ofrecían algunos de los fragmentos pintados encontrados en Valencina. Junto a esta urna tendríamos que colocar el pequeño plato decorado en su centro con un motivo inciso rectangular que coincide, a grandes rasgos, en su estructura, con el que presenta la lámina de oro con decoración repujada, que se muestra en la Sala V, pero de la que aquí podemos ver una fotografía para completar el contexto. El resto de la cerámica, cuencos, ollas y un pequeño vasito con mamelones perforados, es más vulgar.
   De gran interés son, por el contrario, como en Valencina, por manifestar la existencia de relaciones con otros pueblos, ya del Norte de África o del Mediterráneo Oriental, los pequeños, pero numerosos adornos de marfil, bellotas, colgantes, cuentas de collar, plaquitas de diversas formas y tamaños que quizá recubrieron o adornaron en su día algún objeto de madera.
   Los ajuares de sílex están constituidos por las habituales puntas de flecha cóncava, las gruesas hojas de bordes retocados y una fina alabarda, junto a un par de hachas de piedra pulimentada, de un conjunto de diez que se hallaban al lado de un esqueleto con las piernas flexionadas.
   De metal, tan sólo un pequeño puñalito de cobre y la citada lámina de oro.

LA EDAD DEL BRONCE (2.000 - 1.000 a.C.)
   Entre las vitrinas 10 y 11 hemos podido ver, reconstruida con sus piedras originales, una tumba de inhumación en chista. Presenta la novedad de tratarse de un enterramiento no ya colectivo, como ha sido lo habitual hasta ahora, a lo largo de la toda la Edad del Cobre, sino individual, rasgo que nos indica que estamos entrando  en una nueva etapa cultural en la que parece darse mayor importancia al individuo que al grupo familiar al que pertenece y del cual se separa. Será una característica de lo que ya debemos llamar Edad del Bronce, por no fundirse ahora los objetos de metal con cobre en estado natural, con sus propias impurezas, sino con cobre enriquecido con estaño para conseguir objetos más duros y resistentes.
   A caballo entre una y otra Edad, entre el 2.200 y el 1.500 a.C., aproximadamente, se desarrolla la que llamamos Cultura Campaniforme, algunos de cuyos ajuares presentamos en la vitrina 12. Es una cultura de una enorme importancia por su gran homogeneidad y la amplia difusión que alcanza, que hace que la podamos considerar como la primera gran cultura paneuropea, ya que se extiende por todo el continente, con unos focos de difusión muy bien definidos, y a lo largo de unas mismas fechas, hasta el punto de no poder indicar con precisión dónde tuvo su origen y cuáles fueron sus vías de difusión. Puede asegurarse, en cualquier caso, que ésta fue esencialmente marítima y atlántica.
   Uno de esos focos se halla, sin duda, en el Valle del Guadalquivir, en la zona de Carmona-Écija, en la que se han encontrado algunos de sus ajuares de mayor interés, aunque éstos se reducen por lo general a solo unos pocos objetos que solemos encontrar formando parte de los ajuares funerarios, en los nuevos enterramientos individuales o integrados en alguno de los antiguos enterramientos colectivos, aprovechando sus construcciones cuando, en una época tardía, ya dejaban de utilizarse.
   Sus ajuares más representativos son los de cerámica, sobre todo unas urnas de forma acampanada que son las que dan nombre a la cultura. Con ella diversos tipos de cuencos, cazuelas e incluso alguna copa, característica de todos es siempre su decoración, incisa o impresa, que suele extenderse por toda la superficie del vaso, desde el borde hasta la base, dibujando motivos geométricos, distribuidos ya en forma de bandas horizontales alternas, unas exentas y otras rellenas de puntos, el más difundido, por lo que suele llamársele "marístimo" o "internacional", ya formando reticulados, zigzags, paralelas, dientes de sierra u otros motivos similares de gran riqueza artística y temática.
   Los ajuares de bronce se reducen asimismo a unas pequeñas puntas de flecha con pedicelo más o menos largo, que llamamos de tipo "Palmela", por ser abundantes en este lugar de la desembocadura del Tajo, otro de los centros difusores, y unos puñales de borde biselado, prolongados en una especie de lengüeta para fijar, por medio de los remaches que se muestran, las empuñaduras de hueso o madera. Con las puntas de flecha podemos poner los brazales de arquero de piedra, ya que servían para protegerse las muñecas del retroceso de la cuerda del arco.
   Los campaniformes hicieron uso también del oro como metal noble apropiado para las personas de mayor significación social, dentro de esa línea de exaltación de la individualidad y de la jerarquía que comienza a vislumbrarse ahora. Al ajuar de una de estas personas enterradas en Villaverde del Río perteneció el conjunto de puntas de flecha y la cinta de oro que las envolvía, que se muestra en la sala V, junto a uno de los típicos vasos acampanados.
   Tras la desaparición de los campaniformes, y en parte conviviendo con ellos, se desarrollan en Andalucía de manera simultánea dos culturas, dentro de lo que llamamos Edad del Bronce Pleno. En el sureste la de El Argar. En el Suroeste, la denominada cultura del Bronce del Suroeste. Típico de los ajuares de aquélla, además de sus característicos enterramientos en cistas o en grandes vasijas, son unas esbeltas copas y diversos tipos de vasos de perfil carenado. Su modo de enterrar no llega hasta nuestra tierra, pero sí algunas de sus cerámicas, como vemos en la copa de Mairena del Alcor y en la urna carenada, más tosca de lo que suele ser habitual en la Cultura de El Argar, hallada en Guillena.
   Más frecuentes que los argáricos son, como es natural, aunque sin ser numerosos, los ajuares que consideramos de la cultura del Bronce del Suroeste. Los más significativos son los hallados en la necrópolis de Chichina, en Sanlúcar la Mayor, en una serie de cistas, unas de forma rectangular, como la reconstruida entre las vitrinas 10 y 11, y otras de forma ovalada, como se muestra en la fotografía de esta vitrina 12, cada una de las cuales contenía un esqueleto en posición fetal acompañado de su ajuar, siempre el mismo: una vasija en forma de garrafa y un cuenco, vasijas por otra parte de aspecto vulgar, indicativas quizá del escaso poder económico de los fallecidos, y sin más elemento metálico en ellas que un pequeño adornito insignificante.
   Mayor poder económico tuvieron sin duda las personas enterradas en una fosa de Setefilla, en Lora del Río, en la que, junto a una vasija del tipo de las de Chichina, a la que acompañaban algunos alimentos: carne de buey, oveja, cerdo, ciervo y cabra montés, se hallaban diversas armas de bronce, indicativas del elevado rango social de los difuntos. Un hombre joven, de algo más de 20 años, estaba enterrado con su espada y su puñal. Otro, algo mayor, llevaba una alabarda. Son las armas que mostramos en el centro de la vitrina. Debajo, algunos fragmentos de cerámica de tipo cogotas I, procedentes de Algámitas y de la Cueva de la Mora.
    Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

miércoles, 26 de diciembre de 2018

2474. MÉRIDA** (VI), Badajoz: 20 de noviembre de 2017.

76. MÉRIDA, Badajoz. Una de las entradas al Anfiteatro.
77. MÉRIDA, Badajoz. La arena del Anfiteatro.
78. MÉRIDA, Badajoz. Entrada principal a la arena del Anfiteatro.
79. MÉRIDA, Badajoz. En las gradas del Anfiteatro.
80. MÉRIDA, Badajoz. El Teatro romano.
81. MÉRIDA, Badajoz. En uno de los vomitorios del Teatro.
82. MÉRIDA, Badajoz. En las gradas del Teatro.
83. MÉRIDA, Badajoz. La escena del Teatro.
84. MÉRIDA, Badajoz. En el Teatro romano emeritense.
85. MÉRIDA, Badajoz. Mosaico de la casa del Teatro.
86. MÉRIDA, Badajoz. Restos del Foro.
87. MÉRIDA, Badajoz. El Templo de Diana.
88. MÉRIDA, Badajoz. Ante el Templo de Diana.
89. MÉRIDA, Badajoz. Ante el puente romano.
MÉRIDA** (VI), provincia de Badajoz y capital de la comunidad: 20 de noviembre de 2017.
   El esplendor alcanzado por la antigua ciudad romana es palpable, dos mil años después, tanto en la zona monumental como en otros muchos del trazado urbano en los que no cesan de aflorar, en el transcurso de excavaciones o de obras, restos de esa época.
   La zona del teatro
   El conjunto monumental más destacado se sitúa en la zona oriental de la ciudad, sobre una suave colina en la que destaca la presencia del teatro romano**, un espacio capaz por sí sólo de evocar el esplendor de Augusta Emerita. Erigido por Margo Agripa, yerno de Augusto y gran benefactor de la urbe, su construcción finalizó el año 15 a.C., si bien el actual frente de escena se debe a una reforma del año 105. Con una capacidad superior a los 6.000 espectadores, se mantuvo en uso hasta finales del siglo IV. Fue transformado en plaza de toros en el siglo XVIII y llegó a desaparecer al ser utilizado los sillares del graderío en otras construcciones y rellenarse con escombros la hondonada. Recuperado a principios del siglo XX, tras una minuciosa, larga y cuidada reedificación, ha vuelto a desempeñar, como marco de los Festivales de Teatro Clásico, la función para la que fue creado. Frente a la cavea, o graderío dispuesto en semicírculo y dividido en tres sectores, y tras la orchestra, destinada al coro, se encuentra el escenario. Pero el elemento más interesante arquitectónicamente es el frente de la escena, compuesto por dos cuerpos de columnas corintias culminados por un entablamento con arquitrabe, friso y cornisa, bellamente adornado por esculturas de divinidades y personajes imperiales, copias de los originales conservados en el museo.
   El contiguo anfiteatro*, de trazado elíptico y grandes dimensiones, es algo posterior (8 a.C.) y tenía un aforo de 14.000 espectadores. El grueso de la obra, a base de mampostería y hormigón, se cubría con sillares de granito, en gran parte desaparecidos. Algunas de las salas abovedadas que aún pueden verse servían como estancia de gladiadores (spoliaria) o cubículos para las fieras (carceres) utilizadas en los espectáculos, presentando estas últimas las troneras por donde se les servía el alimento de los animales. Fuera del recinto del anfiteatro, pero contiguo a éste, la llamada casa del Anfiteatro es un conjunto arqueológioco donde destacan la casa de la Torre del Agua, solada de mosaico geométrico, y la propia casa del Anfiteatro (siglos I-IV), donde apreciar el magnífico mosaico de la Vendimia o representación de la pisa de la uva, y el mosaico de los Peces con medallones que enmarcan a distintos peces marinos.
   En este núcleo monumental se encuentra el Museo Nacional de Arte Romano**. El proyecto arquitectónico fue encomendado a Rafael Moneo, quien diseñó un edificio funcional, cómodo y luminoso, a la vez que bellamente inspirado en la arquitectura romana.
   El edificio, contiguo a la zona del Teatro y Anfiteatro, es una gran nave de tres alturas, alzada sobre un conjunto de ruinas romanas que se conservan en una cripta, donde es posible contemplar in situ restos arqueológicos, tales como tumbas, muros de casas, un tramo de calzada, etc., algo inusual en este tipo de centros.
   En la planta baja, las salas I, II y III se dedican a exponer piezas procedentes de las excavaciones realizadas en edificios destinados a espectáculos públicos (teatro, anfiteatro, circo), correspondientes a los siglos I y II d.C. Entre la amplia colección de estatuas, bustos, máscaras, inscripciones, etc. destacan la cabeza de Augusto* retratado como sumo pontífice (siglo I d.C.) y diversos bronces relacionados con los juegos circenses. Las salas IV y V recogen piezas vinculadas a ritos religiosos en honor de diversas divinidades, procedentes de los santuarios y templos romanos existentes en la ciudad. La lápida de Proserpina, la cabeza velada del Genio de la Colonia* (siglo II d.C.) o el mosaico referido al dios Baco (siglo IV d.C.) son algunas de las obras más interesantes. A los ritos funerarios se consagra la sala VI, en la que se exhiben, perfectamente ambientados, diferentes tipos de enterramientos, entre ellos una sepultura en forma de cuba (cuppa), propia de la práctica incineratoria, y numerosas estelas, cipos, aras, etc. La sala VII expone objetos ligados a la casa romana y en ella se ha reconstruido una habitación con valiosa decoración pictórica. Finalmente, las salas VIII, IX y X se destinan a evocar la vida en el Foro, mediante esculturas, restos de construcciones y pequeños objetos hallados en los espacios públicos cotidianos de la antigua Emerita.
   La planta primera está toda ella destinada a exponer en vitrinas las colecciones de cerámica, objetos de hueso, vidrio, numismática y orfebrería que posee el museo. El recorrido comienza por la sala IX, donde se muestran piezas de cerámica común, y sigue por la sala VIII (cerámica de lujo, con ejemplos de diversos tipos de terra sigillata) y la sala VII, monográficamente dedicada a las lucernas o lámparas de aceite. La sala VI ofrece la reconstrucción hipotética de un columbario, monumento funerario habitual en la antigua Roma, en tanto que la sala V se refiere a la industria y artesanía del hueso (agujas de coser, espátulas, piezas de tocado femenino, cubiletes y dados, etc.) y la sala IV muestra una extensa y variada colección de objetos de vidrio. Por último, en las salas III y II se exponen monedas y objetos de orfebrería.
   La finalidad de las salas de la segunda planta es explicar facetas diversas de la vida social de Augusta Emerita. La sala I contiene piezas y esquemas relativos a la administración y organización de la ciudad, mientras que la sala II ilustra la vida en las villae o haciendas cercanas a ella. Los mosaicos y otros objetos de la sala III evidencian la importancia de los movimientos migratorios (tanto de entrada como de salida) y la sala IV muestra utensilios y documentos relacionados con las distintas profesiones y oficios, entre ellos un completo instrumental quirúrgico. Al retrato escultórico de carácter privado están dedicadas las salas V(retratos femeninos) y VI (bustos masculinos), en tanto que el arte y la cultura es el motivo general que engloba las hermosas piezas expuestas en la sala VII, entre las que destaca un mosaico incompleto, del siglo IV d.C., ilustrado con las figuras de los Siete Sabios de Grecia. La sala VIII, finalmente, se refiere a los inicios y primer desarrollo de la Mérida cristiana, a partir del siglo III, con objetos (lápidas, estelas, palomas, crimones ...) que contienen símbolos cristianos y que enlazan ya con la etapa visigoda, a la que ahora se dedican monográficamente las instalaciones del antiguo convento de Santa Clara.
   Los escasos restos que se conservan del circo romano, del siglo I d.C. con reformas del siglo III, se sitúan un poco más al norte de esta zona. Su estructura alargada constaba de dos lados mayores paralelos y dos menores que envolvían la arena, dividida en dos partes por un espigón al que daban siete vueltas los aurigas. Se destinaba principalmente a las carreras de carros y otras competiciones deportivas (incluidas, en ocasiones, naumaquias o combates navales) que debían de despertar un gran interés popular, a juzgar  por las enormes dimensiones de la arenay el aforo, con capacidad para unos 30.000 espectadores. Pese a su estado, es el mejor ejemplo español en su género. Junto al circo, tres pilares aún en pie es cuanto sobrevive del antiguo acueducto de San Lázaro.
El centro urbano y el Guadiana.
   Siguiendo la avenida de Extremadura, se llega a la iglesia de Santa Eulalia, templo construido en los siglos XIII y XIV sobre una basílica del siglo V en la que se veneraban las reliquias de la santa. Ello explica la superposición de elementos pertenecientes a épocas y estilos que van de lo romano a lo gótico pasando por lo visigótico y lo románico. En la pequeña capilla adosada al templo, el hornito de Santa Eulalia y tradicionalmente considerada como el lugar de su martirio, se emplearon restos de un santuario dedicado a Marte.
   Ya en el centro de la ciudad, en los alrededores de la plaza de España, se encuentran el arco de Trajano y el templo de Diana. El primero era una puerta de acceso al interior de la urbe y, aunque privado de motivos ornamentales y de los mármoles que lo cubrían, sorprende por su austera grandiosidad. En cuanto al templo, puede datarse en el siglo I d.C. y, al parecer, aunque estuvo inicialmente consagrado al divino Augusto, la denominación se cambió por error en el siglo XVIII. Trabajos recientes de restauración han dejado exentas las columnas, a las que en el siglo XVI se añadieron los muros de la casa-palacio de los condes de los Corbos. Muy cerca, en la antigua iglesia del convento de Santa Clara, puede verse el museo de Arte Visigodo.
   Desde este punto, y bajando hacia el Guadiana, se alcanza la alcazaba árabe, considerada como la construcción musulmana más antigua de España. Fue fundada en el año 835 por el emir Abd al-Rahman II a fin de sofocar las continuas revueltas de la población. Tras la conquista cristiana de la ciudad, los caballeros de la Orden de Santiago establecen en ella su recinto conventual y realizan importantes modificaciones. De la época islámica se conservan las torres y los lienzos de muralla exteriores, así como el aljibe. Las antiguas estancias conventuales están ocupadas actualmente por la presidencia de la Junta de Extremadura.
   Desde la alcazaba se ejercía el control de paso sobre el inmediato puente romano* que, desde los tiempos de Augusto, salva el cauce del Guadiana. Por su longitud, de 792 m. y 60 arcos, entre los que intercalan aliviaderos para facilitar el desagüe en las crecidas y disminuir la presión sobre los pilares, figura entre los mayores del mundo de esa época, tras el del río Danubio. Junto al de Alcántara, es uno de los mejor conservados, aunque ha sufrido numerosas reformas.
   A orillas del Guadiana se encuentra el conjunto arqueológico de Morerías, con necrópolis, calzadas y casas que fueron utilizadas desde los romanos hasta los árabes.
Otros lugares de interés.
   Quedan dispersos por la ciudad otros muchos lugares de época romana que merecen ser visitados, especialmente la casa del Mithreo, una residencia señorial ubicada cerca del santuario dedicado a Mithra, del que recibe su nombre, adornada con pinturas murales y mosaicos tan destacados como la imagen de Eros y el Cosmológico, donde se personifican la concepción del mundo y las fuerzas de la naturaleza; columbarios o pequeñas necrópolis romanas, donde aparece dibujado un matrimonio romano. Asimismo, tienen cierto interés construcciones posteriores como la iglesia de Santa María (siglos XIII al XV), el conventobarroco de Santo Domingo (siglo XVII), y algunas casas solariegas renacentistas -especialmente la situada en la plaza de España, convertida en hotel-, sin olvidar el puente de Lusitania, obra de Santiago Calatrava (1991).
   Saliendo de la ciudad, por el noroeste, se cruza el puente sobre el río Albarregas, también romano y situado en la Vía de la Plata. Aunque de dimensiones más modestas que el del Guadiana, sus cuatro arcos de medio punto mantiene la línea original, a pesar de las restauraciones efectuadas. Desde él se contempla el acueducto de los Milagros, que conducía el agua desde el embalse de Proserpina a la ciudad. Su triple arquería y los esbeltos pilares en los que se alternan sillares graníticos y ladrillo permiten evocar, pese a su estado de deterioro, la armonía de la obra.
Textos de:
RAMOS, Alfredo J. y LLORENTE, Santiago: Guía total: Extremadura. Anaya. Madrid, 2005.

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