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lunes, 31 de octubre de 2016

1688. TOROS DE GUISANDO* - El Tiemblo (I), Ávila: 8 de octubre de 2013.

1. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Los famosos Toros.

2. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Otra perspectiva del lugar.

3. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Ante uno de los Toros.

4. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Junto a otro de los Toros.

TOROS DE GUISANDO* - El Tiemblo (I), provincia de Ávila: 8 de octubre de 2013.
   Desde Navahondilla en dirección a San Martín de Valdeiglesias, hay que estar atento a las indicaciones viarias, porque unos 3 km antes de esa importante villa aparta a la izquierda un breve ramal que permite enlazar con la N-403.
   Éste es el camino que, entre dehesas de fresnos, ricos pastizales y una frondosa vegetación ribereña, conduce al lugar donde, desde tiempos prerromanos, soportan las heridas de la erosión y el peso de la historia los Toros de Guisando*.
   Los graníticos rumiantes ibéricos, protegidos por un muro y una sencilla construcción que rememora la Venta Juradera, tal como indica una inscripción que en 1921 hizo colocar la marquesa de Castañiza, tienen sobre sí nada menos que la responsabilidad de haber sido testigos del momento en que, como escribió Cela en uno de sus famosos vagabundeos por estos pagos, "mejor o peor, se fundó España".
   Aunque no todos los historiadores se muestran de acuerdo en el sentido que hubiera podido tener el acto, e incluso algunos dudan de que realmente se celebrara, suele tenerse por histórico que fue aquí donde Enrique IV, el 19 de septiembre de 1468, juró a su hermana Isabel como heredera del reino de Castilla, tal como cuenta una vieja crónica: "... Y por el gran deudo y amor que dicho rey con ella [Isabel] tiene, a su alteza le place dar su consentimiento para que sea intitulada y jurada y nombrada y llamada y considerada como princesa y primera heredera y sucesora suya en estos reinos y señoríos, después de los días de dicho señor rey". Con ello, el monarca, además de reconocer su propia deshonra -equivalía a admitir que la princesa Juana, ya entonces llamada la Beltraneja, no era hija suya-, daba vía libre al proceso que desembocaría en la unidad de los reinos de España. 
   No es extraño, pues, que sobre este antiguo lugar de tránsito de los rebaños de la Mesta flote una atmósfera especial, acentuada por la imponente presencia de las cuatro esculturas de aspecto claramente bovino que nos remiten a un tiempo borroso (algunos autores las fechan en torno al siglo III a.C.), en el que acaso tuvieran un significado totémico de divinidades protectoras de la ganadería, o sencillamente marcaran límites fronterizos entre tribus ibéricas.
   Envueltas en todas esas incógnitas y acusando alguna que otra barbarie humana, así como las inclemencias de la intemperie (una de las figuras muestra la metálica sutura que hizo necesaria la herida de un rayo), lo cierto es que su contemplación difícilmente puede provocar indiferencia.

domingo, 30 de octubre de 2016

1687. BURGUILLOS (CCLIV), Sevilla: 4 de octubre de 2013.

1681. BURGUILLOS, Sevilla. Ante Ntra.Sra. del Rosario.

BURGUILLOS (CCLIV), provincia de Sevilla: 4 de octubre de 2013.
   Se muestra una fotografía, durante la procesión del Viernes por la mañana de Nuestra Señora del Rosario, en su discurrir por la calle que lleva su nombre.

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sábado, 29 de octubre de 2016

1686. BURGUILLOS (CCLIII), Sevilla: 29 de septiembre de 2013.

1675. BURGUILLOS, Sevilla. Ntra. Sra. del Rosario, la protagonista de todos los pregones.

1676. BURGUILLOS, Sevilla. Instantánea durante la presentación del pregonero.

1677. BURGUILLOS, Sevilla. Primeros momentos del pregón.

1678. BURGUILLOS, Sevilla. Otra instantánea del Pregón.

1679. BURGUILLOS, Sevilla. El pregonero recibiendo el aplauso de los asistentes.

1680. BURGUILLOS, Sevilla. El pregonero con su familia.

BURGUILLOS (CCLIII), provincia de Sevilla: 29 de septiembre de 2013.
   Se muestran imágenes del X Pregón de las Fiestas patronales en honor de Nuestra Señora del Rosario que tuvo lugar en la iglesia parroquial, pronunciado por dº Miguel Velázquez Prieto, presentado por dº Juan Carlos Pérez Godoy y con el acompañamiento musical de la Banda de Música de la Cruz Roja de Sevilla dirigida por dº José Ignacio Cansino González.

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viernes, 28 de octubre de 2016

1685. CÓRDOBA** (XXXII), capital: 15 de septiembre de 2013.

155. CÓRDOBA, capital. Portada de la igl. del cvto. de San Fco.

156. CÓRDOBA, capital. Interior de la igl. del cvto. de San Fco.

157. CÓRDOBA, capital. Cúpula oval sobre el crucero de la igl. del cvto. de San Fco.

158. CÓRDOBA, capital. Retablo mayor de la igl. del cvto. de San Fco.

159. CÓRDOBA, capital. Cap. del Sagrario de la igl. del cvto. de San Fco.

160. CÓRDOBA, capital. Claustro del cvto. de San Fco.

161. CÓRDOBA, capital. La plaza del Potro, con el Triunfo de San Rafael, al fondo.

162. CÓRDOBA, capital. La fuente de la plaza del Potro, con la fachada de los Museos de BB.AA. y de Julio Romero de Torres.

163. CÓRDOBA, capital. La Plaza de la Corredera.

164. CÓRDOBA, capital. Vista de las llamadas casas de doña Jacinta, en la Plaza de la Corredera.

165. CÓRDOBA, capital. Caserón de la Plaza de la Corredera.

166. CÓRDOBA, capital. Interior de la arquería de la Plaza de la Corredera.

167. CÓRDOBA, capital. En la Plaza de la Corredera.

168. CÓRDOBA, capital. En otro rincón de la Plaza de la Corredera.

CÓRDOBA** (XXXII), capital de la provincia: 15 de septiembre de 2013.
Convento de San Francisco
    Por la callejuela de San Eulogio, al final de la cual y después de algunos quiebros, se alcanza el Portillo, último de los huecos originales con los que contaba la muralla. Aquí terminaba la Medina y comenzaba la Axerquía, justo al otro lado del Portillo, en la que hoy se llama calle de la Feria. Enfrente del Portillo, a través de una vieja puerta barroca, se abre el compás del antiguo convento de San Francisco. A día de hoy, este espacio se encuentra muy cambiado, se ha convertido en un pequeño jardín rodeado de viviendas, con su palmera y su fuente de surtidor. Al fondo, en la fachada del templo, sobre un pilar neobarroco, hay una reproducción en azulejos de la Virgen de los Plateros, de Valdés Leal.
   El convento se fundó poco después de la conquista cristiana, en el mismo siglo XIII, bajo la advocación de San Pedro el Real, y fue ocupado por los franciscanos hasta 1812, fecha poco después de la cual fue adquirido por un particular, salvo la iglesia y el claustro. En 1877, el templo se convirtió en parroquia, la de San Francisco, absorbiendo el territorio y los fieles correspondientes a la de San Nicolás de la Axerquía, de fundación fernandina, que se encontraba en la cercana calle Badanas. Poco es lo queda de la edificación original. Del convento propiamente dicho, y más bien referente a su patrimonio, sólo el llamado Crucificado de la Salud, talla de 1430 que ahora se encuentra en el convento de las Salesas.
   La iglesia, por su parte, en la primitiva, pero afectada por numerosas modificaciones, sobre todo en el siglo XVIII, que cambiaron su aspecto por completo. Se trata de una construcción de una sola nave, a la manera franciscana, con tres ábsides poligonales, crucero y capillas para enterramiento en el lado de la Epístola. Disponía, igualmente, de un coro alto a los pies, que, posteriormente, durante las reformas barrocas se prolongó en sendas tribunas por los laterales. En sus orígenes, la construcción era gótica y la nave se sustentaba sobre pilares rematados en arcos apuntados y con bóvedas de crucería en la techumbre. Esta circunstancia se descubre todavía en el ábside izquierdo y en su correspondiente brazo de crucero. Las reformas barrocas aumentaron el grueso de los pilares, cambiaron los arcos apuntados por otros de medio punto, cegaron las vidrieras, elevaron la cúpula oval del crucero y lo llenaron todo con la decoración de yeserías y hojarasca propia del estilo. Por el mismo tiempo, se cambió también la portada por la actual, en mármol gris, con tres cuerpos, los dos inferiores alzados sobre pilastras, separados los tres por generosas  cornisas y con una hornacina en la que, espada en mano, aparece la figura de San Fernando. Coronando el conjunto, el escudo de los franciscanos en medio de un frontón curvo partido.
   Además de por su traza, cóncava para adaptarse al espacio, el retablo del altar mayor sobresale del conjunto también por su talla. Es obra de Teodosio Sánchez de Rueda y consta de banco, cuerpo y ático. Sobre el banco, muy robusto y elevado, para permitir la apertura de dos puertas que dan paso al trasaltar, se alza el cuerpo en tres calles separadas por columnas salomónicas finamente decoradas. En la calle principal se encuentra la imagen de la Virgen de la Aurora y sobre ella un Crucificado de autor anónimo. En las hornacinas de las entrecalles figuran las imágenes de San Francisco, a la derecha, y Santo Domingo, a la izquierda.
El Cristo de la Caridad*. En el ábside derecho del templo se localiza la capilla del Sagrario, instalada aquí tras una reforma llevada a cabo en 1750. En esta capilla sobresale, en primer lugar, la urna del Sagrario, bella pieza del siglo XVIII. Desde finales del siglo XIX, en que fue trasladado desde el cercano hospital de San Sebastián, en el que se encontraba, se guarda aquí la imagen del Cristo de la Caridad, junto a la Virgen Dolorosa. El Cristo, espléndida obra anónima de comienzos del siglo XVII, responde al gusto manierista del momento y sobrecoge por la idealización estética que de un hombre muerto en una cruz lleva a cabo su autor. Procesionada con gran esplendor durante la la Semana Santa, esta imagen fue donada en 1614 por el comerciante de origen valenciano Juan Draper a la cofradía de la que es titular, una de las más antiguas de Córdoba, pues su fundación data de 1469. La Dolorosa, por su parte, es, casi con toda seguridad, obra del taller granadino del famoso y extraordinario imaginero barroco José de Mora, donde debió ser labrada a comienzos de la década de 1670. En los muros laterales de esta capilla, por último, figuran unos lienzos del pintor de Bujalance (Córdoba) Asciclo Antonio Palomino que representan a San Joaquín y a la Virgen y a Santa Ana y a Cristo.
El claustro. El convento original debió contar con un claustro, que se ha perdido. En el último tercio del siglo XVII, entre los años 1662 y 1683, consta la construcción de un claustro del cual han sobrevivido hasta este momento dos de sus lados. Es de doble planta, con arquerías de ladrillo de medio punto sobre columnas toscanas que apoyan, tanto en la planta baja como en la alta, en elevados basamentos. Los arcos de la planta baja, por otra parte, tienen doble diámetro de los de la alta, por lo que su número es la mitad que el de ésta. Ello hace que la planta baja parezca más ligera, como en un equilibrio inestable, en tanto que la alta resulta más íntima y acogedora. Con los restos de este claustro, más el adecentamiento del terreno, más la instalación de una fuente neobarroca en uno de sus ángulos, el espacio se ha convertido en una evocadora plaza adosada al templo.
Museo de Bellas Artes*
   Saliendo por la puerta del Compás y bajando por la calle de la Feria, la segunda bocacalle a la izquierda, denominada Romero Barros, por el padre de Julio Romero de Torres, lleva a la famosa plaza del Potro, llamada así por el caballito alzado de manos, el Potro, que corona la fuente instalada aquí en 1577. Este es uno de los lugares más emblemáticos de Córdoba, nombrado por Cervantes y por casi todos los escritores y viajeros ilustrados que visitaron la ciudad. Hasta la inauguración del ferrocarril, en 1859, este fue el centro del tráfico comercial y de viajeros de Córdoba, cuyas vías más importantes las constituían la cercana ribera, pero también las calles del Sol, Lineros y Lucano. Todo el barrio era eminentemente industrial y comercial. La mayor parte de los plateros de la ciudad se avencidaban en él. Había fábricas de curtidos de pieles, de lino y de encurtidos de aceitunas, guarnicionerías, esparterías, armerías, etc.
   Aun sin la algarabía y el bullicio que se apoderaban de ella todavía en los años cincuenta del pasado siglo, la plaza conserva el aspecto urbano y el sabor de la época renacentista de sus orígenes. La famosa Posada del Potro, centro de confluencia de tanto personaje dispar, la mayoría reales, pero otros muchos de ficción, se mantiene exactamente como entonces, salvo en que, habiendo cambiado su función de casa de huéspedes, hoy forma parte de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, y en ella la Casa del flamenco. Incluso el triunfo de San Rafael, que mira hacia la fuente desde el lateral abierto de la plaza y que es mucho más moderno, contribuye a preservar el espíritu renacentista del lugar.
   El Museo de Bellas Artes se encuentra en el edificio que fue hospital de la Caridad, fundado, como ha se ha dicho, por la cofradía del mismo nombre. La fachada de este edificio tiene traza gótica, pero es moderna, del primer tercio del siglo XX, cuando se efectuó una profunda reforma. Para llegar al museo hay que atravesar un luminoso patio solado en mármol y sembrado de naranjos.
Museo de Julio Romero de Torres**
   Se encuentra en el mismo edificio que el de Bellas Artes, sólo que al otro lado del patio, en el ala que fue la casa en la que el pintor nació, vivió y murió  en la que llevó a cabo la mayor parte de su obra.
Plaza de la Corredera*
   Saliendo de la plaza del Potro por la calle de Armas, enseguida se llega a la plaza de las Cañas, que fue hasta los años sesenta del siglo XX un mercado de frutas y hortalizas. y a la plaza de la Corredera, que se encuentra al otro lado. Desde finales del siglo XV, hasta la expansión experimentada por la ciudad a partir de 1960, este fue el centro neurálgico de Córdoba. Aquí se han celebrado juegos de cañas y corridas de toros -todavía una de sus salidas es la Calleja del Toril-; se han quemado herejes y heterodoxos condenados por la Inquisición; se han ejecutado reos condenados a la pena de muerte; se ha recibido a reyes y a grandes señores. Aquí venían a parar todos los forasteros que llegaban de los pueblos a cerrar sus tratos o a arreglar sus papeles. Desde 1893 hasta 1959 estuvo aquí el único mercado de abastos con que contaba la ciudad, un mamotreto de hierro levantado con capital francés, que cegaba las arquerías y se comía todo el espacio. Por aquí ha corrido la vida en todas sus dimensiones. ¡Qué no han visto y han oído las piedras de sus soportales!
   La plaza es rectangular y como tal empezó a formarse a finales del siglo XVI. De esta época son las llamadas casas de doña Jacinta, la zona más antigua, una edificación situada en el muro sur con numerosas ventanas entre pilastras, de sabor renacentista. Cada ventana correspondía a un inquilino que debía abandonarla cuando se celebraban festejos, porque entonces el propietario la realquilaba a un precio extraordinariamente mayor. Un poco más abajo de estas casas, en el mismo muro, hay un caserón de aspecto noble, que tiene en su portada, en gran tamaño, el escudo de Felipe II. Se construyó durante el reinado de este monarca para cárcel y casa del corregidor de la ciudad. En el siglo XIX lo ocupó José Sánchez Peña, un reputado industrial que lo convirtió en fábrica de sombreros y en su vivienda. Más tarde formó parte del mercado, función que, junto con la de Centro Cívico, sigue cumpliendo hoy, convenientemente restaurado.
   Los tres lados y medio restantes de la plaza se construyeron bajo el mandato del corregidor Ronquillo Briceño y fueron realizados durante el último cuarto del siglo XVII por el arquitecto salmantino Antonio Ramos Valdés, quien siguió el modelo de las plazas castellanas en boga por aquellos momentos. Esta tiene la fábrica a base de ladrillo macizo; consta de una planta baja formada por soportales con arcos de medio punto sobre pilares cuadrados de gran espesor, y tres plantas abalconadas, con dos huecos sobre cada arco, con el propósito de que desde ellos se pudiera continuar disfrutando de los espectáculos. El conjunto resulta bastante austero, aunque también espectacular, sobre todo, por la latitud en la que se encuentra. Durante mucho tiempo estuvo completamente encalada; luego se quitó la cal y quedó el ladrillo visto. En fecha reciente, después de una cuidadosa restauración, tanto de sus muros como sus viviendas, ha recuperado el enlucido con los colores propios del barroco que tuvo en sus orígenes, aunque es más que seguro que nunca ha tenido el aspecto sereno, reposado y noble, de gran oasis en medio del fragor ciudadano que ofrece en la actualidad.

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jueves, 27 de octubre de 2016

1684. CÓRDOBA** (XXXI), capital: 15 de septiembre de 2013.

145. CÓRDOBA, capital. Portada de la antigua ermita de la Concepción, en la plaza de Abades.

146. CÓRDOBA, capital. Pasadizo de Arquillos en la c/ Cabezas.

147. CÓRDOBA, capital. Fachada de la casa de los Marqueses del Carpio.

148. CÓRDOBA, capital. Fachada del palacio de los Páez de Castillejo, actual Museo Arqueológico.

149. CÓRDOBA, capital. La Afrodita agachada del Museo Arqueológico.

150. CÓRDOBA, capital. Escultura de Mitra tauróctono, del Museo Arqueológico.

151. CÓRDOBA, capital. Sarcófago paleocristiano del Museo Arqueológico.

152. CÓRDOBA, capital. Capiteles califales del Museo Arqueológico.

153. CÓRDOBA, capital. Brocal de pozo califal, del Museo Arqueológico.

154. CÓRDOBA, capital. Celosía califal del Museo Arqueológico.

CÓRDOBA** (XXXI), capital de la provincia: 15 de septiembre de 2013.
Museo Arqueológico*
   La calle Osio, a espaldas de Santa Clara, baja hasta la plaza de Abades, sitio de mucho sabor popular, con casas evocadoras, como la número 4 ó la número 9, fachada de la antigua ermita de la Concepción, único vestigio que queda de ella. Desde aquí, por Portería de Santa Clara, se desemboca de nuevo en Rey Heredia y, enseguida, bajando, aparece a la izquierda la calle Cabezas.
   Esta calle singular, sombreada la mayor parte del día, guarda dos hitos dignos de contemplación. En primer lugar, en el número 18 existe un pasadizo sin salida, denominado de Arquillos, en el cual aparecen una serie de arcos en los que, según la leyenda, estuvieron colgadas las cabezas de los Infantes de Lara, circunstancia que da nombre a la callejuela. En segundo lugar, la casa de los Marqueses del Carpio, en el número 6, aunque esta tenga hoy su entrada principal por la calle de la Feria. La casa tiene su origen en el siglo XV, aunque ha sido muy reformada con posterioridad. Muestra una fachada a manera de alto torreón rematado con un ático cubierto, apenas sin adornos, más que los baquetones góticos del balcón central, restos de la obra primitiva y, al mismo tiempo, indicativos de la época de su construcción. La casa, hoy propiedad de la familia Herruzo, forma parte de la muralla de la ciudad, como lo prueba la fachada de la calle de la Feria, con su torre almenada y un trozo del antiguo adarve, y entre sus tesoros conserva en perfecto estado los restos de una casa romana de las denominadas de peristilo, esto es, de patio columnado, con sus mosaicos y la fuente habitual en este tipo de viviendas.
   Al final de Cabezas, la calle Julio Romero de Torres, con el colorido de alguna buganvilla, lleva a la plaza de Jerónimo Páez, un rincón apartado de las rutas habituales, amplio, arbolado, prodigiosamente sereno y apacible. Aquí se localiza el Museo Arqueológico*, uno de los más importantes de España. Independientemente de las colecciones que guarda en su interior, este museo ofrece un par de particularidades que le confieren un estatuto especial. En primer lugar, se encuentra en un caserón cordobés del siglo XIV, de estirpe mudéjar, que se convirtió en el palacio de los Páez de Castillejo tras su adquisición por esta familia en 1496. A partir de esta fecha se le realizaron numerosas reformas, que acabaron convirtiéndolo en el primer edificio renacentista de la capital. Hacia 1538, Hernán Ruiz II levantó la solemne fachada, cuyas esculturas son obra de Francisco Linares y Francisco Jato. La gran escalera que lleva a la planta alta, única de Córdoba que tiene cubierta de madera, una cubierta de influencia mudéjar, había sido levantada al poco de la adquisición del palacio, pero Hernán Ruiz labró la magnífica baranda. Obras suyas son también las galerías del patio principal y en general, la mayor parte de la reforma. La magnificencia del edificio, así como su estado de conservación, hicieron que en 1962 fuera declarado Monumento Histórico-Artístico.
   Pero tiene otra particularidad, si no tan visible, más interesante aún. En esta plaza, como han probado excavaciones recientemente realizadas, se encontraba el teatro con que contó la ciudad en época romana. Su cavea, o conjunto de galerías que ocupaban los espectadores, semicircular, de casi 125 m de diámetro, pone de relieve que se trataba del mayor teatro conocido de Hispania. De hecho, la actual plaza de Jerónimo Páez vendría a ocupar lo que se denominaba la orchestra, un espacio semicircular existente entre el escenario y los graderíos. La scaena, o escenario, vendría a encontrarse debajo del actual edificio del museo, circunstancia que, sin duda, podrán plenamente de relieve las excavaciones que continúan. Tras unas profundas obras de ampliación del edificio, que abarcan buena parte de las casas colindantes, se han integrado todos estos descubrimientos en los sótanos del edificio, pudiendo ser contemplados. Como curiosidad final, cabe destacar, después de a los Páez de Castillejo, el palacio perteneció a los Bañuelos, otra oligárquica familia cordobesa, y, posteriormente, a la Casa de Alba. Fue también el lugar en el que estuvo ubicada la primera central telefónica de Córdoba. Fue casa de vecinos y fue colegio. Todo ello antes de 1960, fecha en que se convirtió en sede del Museo Arqueológico. Sólo por recorrer el edificio ya merece la pena la visita. Pero además, el museo guarda una serie de interesantísimas colecciones que lo convierten en hito obligado para el conocimiento histórico de la ciudad.

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miércoles, 26 de octubre de 2016

1683. CÓRDOBA** (XXX), capital: 15 de septiembre de 2013.

129. CÓRDOBA, capital. En el patio del Zoco.

130. CÓRDOBA, capital. Otra perspectiva del patio del Zoco.

131. CÓRDOBA, capital. Patio de la cap. de San Bartolomén.

132. CÓRDOBA, capital Pórtico de la cap. de San Bartolomé.

133. CÓRDOBA, capital. Portada de la cap. de San Bartolomé.

134. CÓRDOBA, capital. Interior de la cap. de San Bartolomé.

135. CÓRDOBA, capital. Bóvedas de la cap. de San Bartolomé.

136. CÓRDOBA, capital. Azulejería de la cap. de San Bartolomé.

137. CÓRDOBA, capital. En la calleja de la Hoguera.

138. CÓRDOBA, capital. Otro rincón de la calleja de la Hoguera.

139.CÓRDOBA, capital. Fachada del palacio de las Quemadas.

140. CÓRDOBA, capital. En la plazoletilla en la que desemboca la calleja de las Flores.

141. CÓRDOBA, capital. En la calleja de las Flores.

142. CÓRDOBA, capital. Altar de la Virgen de los Faroles en los muros de la Mezquita-Catedral.

143. CÓRDOBA, capital. Relieve sobre la portada del monasterio de la Encarnación.

144. CÓRDOBA, capital. El convento de Sta. Clara.

CÓRDOBA** (XXX), capital de la provincia: 15 de septiembre de 2013.
El Zoco
   En la calle de Averroes se alcanza la entrada del Zoco. Se trata de un mercado de artesanía cordobesa instalado en una casa de regusto mudéjar, con un soberbio patio alrededor del cual se abren los talleres de los artesanos, a los cuales se puede ver en su trabajo.
Capilla de San Bartolomé
   Prácticamente enfrente del Zoco se descubre este pequeño templo gótico-mudéjar, maravilloso en su perfección, levantado al final del siglo XIV, es decir, poco después del ataque a la Aljama judía, lo que viene a demostrar cómo ésta si no fue destruida en su totalidad, sí perdió por completo su independencia y el carácter de barrio cerrado a los cristianos. A lo largo de su historia, ha sufrido significativas reformas, la más importante de las cuales se llevó a cabo en el siglo XIX. Tras su restauración vuelve a lucir como en sus mejores días.
   Desde la calle, a través de una reja de hierro se ve el patio empedrado y el pórtico, formado por tres arcos apuntado de ladrillo que descansan sobre columnas traídas de otros edificios de Córdoba. Más allá de estos arcos, se encuentra la portada, también de arco apuntado, decorado con una moldura en diente de sierra y enmarcado por delicadas columnas que terminan en un tejaroz apoyado en modillones. En su interior, el edificio muestra una sola nave con bóveda de crucería que forma dos a modo de casquetes simétricos, uno en la cabecera y otro en los pies, unidos por un nervio decorado con dientes de sierra. Los nervios de la bóveda apoyan en delicadas ménsulas y, en los ángulos, trompas con arcos apuntados recuerdan las soluciones adoptadas en el monasterio de las Huelgas de Burgos. En la cabecera existieron frescos, hoy desaparecidos, y, a lo largo de los muros, corre un zócalo de azulejos con motivos geométricos, y por encima de éste, inscripciones cúficas y en letra cursiva que, curiosamente, alaban y ensalzan a Alá.
Calleja de las Flores
   Ya en la calle Deanes, en cuya acera izquierda, hacia la mitad se abre la calleja de la Hoguera. Conviene entrar por ella y saborear todo el encanto de una de las travesías que condensa más a fondo la esencia de lo cordobés. ¡Cuánto misterio se esconde detrás de cada esquina! El silencio es inenarrable. El perfume de los naranjuelos acompañado de la traza de algunas de las puertas de las viviendas constituyen una invitación al sosiego y a la evocación.
   Tras varios quiebros y después de dejar atrás la Mezquita de los Andaluces, perteneciente a la Universidad Islámica Internacional, la calleja viene a salir a la calle Céspedes. Subiendo por ella, se alcanza la plaza de la Agrupación de Cofradías, hasta la que baja la de Blanco Belmonte en la que contemplamos la fachada de la antigua casona de los Fernández de Mesa, conocida como palacio de las Quemadas, por haber pertenecido a los condes de este nombre. Este notable edificio es sede da la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza. Tiene su origen en el siglo XVI, aunque ha sufrido numerosas modificaciones. La portada, es del siglo XVII, de autor desconocido y está hecha en un robusto estilo barroco no exento de elegancia. Sobre la puerta adintelada, un friso de regusto clásico descansa sobre pilastras y columnas toscanas. En la planta superior, encima del balcón y bajo el frontón curvo, se encuentra el escudo de los Fernández de Mesa.
   Regresando a la plaza de la Agrupación de Cofradías, a la izquierda se abre la calle Velázquez Bosco. En el número 10 de esta calle, en una casa privada, se conservan los restos de unos Baños Árabes del siglo X, auténticos, cuya visita resulta una curiosidad. Enfrente, prácticamente, se abre la calleja de las Flores, uno de esos rincones archiconocidos de la geografía urbana cordobesa que el viajero no debe perderse. Se trata de una callejita con las paredes tapizadas de macetas con las plantas características de la flora casera cordobesa, geranios y gitanillas sobre todo que, tan pronto como se anuncia la primavera y hasta bien entrado el otoño llenan el rincón de colorido. No tiene salida y la plazoletilla en la que desemboca es como uno de los patios que tanto abundan en el caserío de la ciudad, con su fuente en medio y la portada de las casonas que se asoman a ella. Desde aquí se obtiene la vista más conocida y también más hermosa de la torre de la Mezquita.
Monasterio de la Encarnación
   Regresando a Velázquez Bosco y bajando, aparece el muro norte de la Mezquita y en él, dando frente a la calle, un altar en alto con la imagen de la Virgen de los Faroles. Se trata de la copia realizada por su hijo de una obra de Julio Romero de Torres, que puso en la figura de la Virgen a una de esas mujeres cordobesas que aparecen en sus cuadros, y cuyo original se guarda en un museo. Doblando a la izquierda, se alcanza la calle Encarnación, en cuya esquina con Rey Heredia, después de subir una ligera pendiente, se encuentra el monasterio de la Encarnación. Pertenece a la regla cisterciense y fue fundado como beaterio en 1503 por el canónigo Antonio Ruiz Morales. Como otros edificios del mismo carácter en la ciudad, ha sufrido diferentes reformas a lo largo del tiempo. La portada, por ejemplo, que da a la calle Encarnación, tiene fecha de 1758, pero sobre ella se conserva un interesantísimo relieve que representa la Anunciación, de estilo renacentista y obra de Hernán Ruiz III, autor de la portada original.
Convento de Santa Clara
   La calle Rey Heredia en la que desemboca la de la Encarnación, muestra cosas hermosas, sobre todo por lo que a sus patios se refiere, como, por ejemplo la del número 23, residencia del imaginero Miguel Arjona Navarro. Hacia la mitad, haciendo esquina con la calle Osio, se encuentra este antiguo convento, una de las primeras fundaciones que se realizaron después de la conquista cristiana de la ciudad, pues data de 1265. La construcción se realizó en el lugar en el que se encontraba una antigua mezquita musulmana, sirviendo ésta durante un tiempo de iglesia cristiana. El edificio ha pasado por numerosas vicisitudes. A mediados del siglo XIV, la mezquita fue reformada por completo para construir un templo de nueva planta. Indicios de obras posteriores permiten suponer que el templo volvió a reformarse a caballo de los siglos XV y XVI. De cualquier forma, la época barroca le afectó sobremanera, sufriendo entonces las correspondientes modificaciones y añadidos tan gratos a esta manera de concebir la arquitectura. En 1868, con motivo de la Desamortización, las monjas clarisas se vieron  obligadas a abandonarlo y el lugar entró en una rápida decadencia que lo condujo a su práctica ruina. En 1935 se iniciaron trabajos de restauración que se detuvieron en poco tiempo. Hubo que esperar a los primeros años ochenta para que los trabajos comenzaran de nuevo, pero otra vez, por la falta de fondos habitual para estos menesteres, hubieron de detenerse.

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